13 de marzo de 2012

El mito del andrógino o del origen del amor

''Estaba Platón, y algunos de sus amigos, cenando y discutiendo sobre el amor y la amistad. Aristófanes, uno de los comensales, habló entonces del origen del amor entre dos personas y contó el mito del andrógino: en un principio los seres humanos estaban formados de dos partes, una masculina y otra femenina. Eran seres arrogantes y vanidosos, pues eran perfectos. Cegados por su soberbia decidieron escalar al Monte Olimpo -lugar destinado a los dioses- con la idea de alcanzar la gloria divina, de la que ellos se creían merecedores. Al conocer Zeus y los demás dioses sus planes los castigaron, separando sus cuerpos y borrando sus mentes para que no encontraran a su par. La separación fue terrible: Zeus usó rayos como instrumento para lograrlo. Adoloridos, tristes y vacíos, los seres humanos (como ahora los conocemos), perdieron la cordura y buscaron a su pareja desesperadamente, pero como no recordaban a su otra mitad la pesquisa se hizo casi imposible. Desde entonces, los seres humanos están condenados a buscar y a encontar a su otra mitad. Así nació el amor de pareja.''

Al principio, la raza de los hombres no era como hoy. Era diferente. No había dos sexos, sino tres: hombre, mujer y la unión de los dos. Y esos seres tenían un nombre que expresaba bien su naturaleza y hoy perdió su significado: Andrógino. Además, esa criatura primordial era redonda: sus costillas y sus lados formaban un círculo y ella poseía cuatro manos, cuatro pies y una cabeza con dos caras exactamente iguales, cada una mirando hacia una dirección, apoyada en un cuello redondo. La criatura podía andar erecta, como los seres humanos hacen, para adelante y para atrás. Pero podía también rodar y rodar sobre sus cuatro brazos y cuatro piernas, cubriendo grandes distancias, veloz como un rayo de luz. Eran redondos porque redondos eran sus padres: el hombre era hijo del Sol. La mujer, de la Tierra. Y el par, un hijo de la Luna.

Su fuerza era extraordinaria y su poder, inmenso. Y eso los tornó ambiciosos. Y quisieron desafiar a los dioses. Fueron ellos los que osaron escalar el Olimpo, la montaña donde viven los inmortales. ¿Qué debían hacer los dioses reunidos en el Consejo celeste? ¿Aniquilar a las criaturas? ¿Pero como quedarse sin los sacrificios, los homenajes, la adoración? Por otro lado, tal insolencia era perfectamente intolerable. Entonces...

El Gran Zeus rugió: Dejen que vivan. Tengo un plan para que se vuelvan más humildes y disminuir su orgullo. Voy a cortarlos al medio y hacerlos andar sobre dos piernas. Eso, con certeza, va a disminuir su fuerza, además de tener la ventaja de aumentar su número, lo cual es bueno para nosotros. Y apenas había terminado de hablar, comenzó a partir a las criaturas en dos, como una manzana. Y, a medida que los cortaba, Apolo iba girando sus cabezas, para que pudieran contemplar eternamente su parte amputada. Una lección de humildad. Apolo también curó sus heridas, dio forma a su tronco y moldeó su barriga, juntando la piel que sobraba en el centro, para que ellos recuerden lo que habían sido un día.

Y ahí fue que las criaturas comenzaron a morirse. Morían de hambre y de desesperación. Se abrazaban y se dejaban estar así. Y cuando una de las partes moría, la otra quedaba a la deriva, buscando, buscando...

Zeus tuvo pena de las criaturas. Y tuvo otra idea. Dio vuelta las partes reproductoras de los seres hacia su nuevo frente. Antes, ellos copulaban con la tierra. De ahora en adelante, se reproducirían un hombre con una mujer. En un abrazo. Así la raza no moriría y ellos, los dioses descansarían. Hasta podrían continuar involucrándose en el negocio de la vida. Con el tiempo las criaturas se olvidarían de lo ocurrido y sólo tendrían conciencia de su deseo. Un deseo que jamás estaría enteramente saciado en el acto de amar, porque aún derritiéndose en el otro por un instante, el alma sabría, aunque no pudiera explicarlo, que su ansia jamás sería completamente satisfecha. Y la nostalgia de la unión perfecta renacería, ni bien se extinguieran los últimos gemidos del amor.


De todos los dioses el amor es
 
el más amigo de los hombres
y su mejor médico, pues sólo
él es capaz de curarles de su
mayor mal que no es otro sino
la pérdida de su naturaleza
 

originaria.


Platón

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